UNA VIDA ANORMAL

Queridos hermanos misioneros navegamos juntos en el inmenso mar de la incertidumbre, pero nos conforta la esperanza del maestro Jesús de Nazareth: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” Jn 14,6.

Estamos en salida de lo que podríamos llamar una “vida normal”. Desde una actitud no fatalista sino de esperanza, se puede afirmar que todo llega para bien. La realidad que nos enfrenta en esta emergencia que vive toda la humanidad es una oportunidad para tomar conciencia de lo que somos y hacemos y realizar transformaciones o conversiones que nos ayuden a vivir mejor.

La emergencia sanitaria y social se convierte en llamada a despertar las conciencias, adormecidas y domesticadas, frente al valor de la vida como el valor de los valores y a darnos cuenta que hemos enfermado a la humanidad y al planeta. Esta realidad sacude contundentemente estructuras sociales y al modelo económico imperante injustos y nos empuja a la solidaridad local y global; nos invita a vivir la vida como el arte de amar y no el de hacer para tener y acumular más.

Es un tiempo de salvación (Kairós) para aquietar el ser y fortalecerlo, para encontrarme con lo que soy en mis capacidades y debilidades y con lo que no soy. Es tiempo de la mismidad y de la otredad encontradas en la misma realidad: la vida y la muerte. Es la hora de ser, estar y de caminar juntos unidos por el espíritu de la fraternidad para la comunión en el camino de la vida. Es tiempo de la consciencia de caminantes peregrinos juntos en la dimensión finita e infinita del horizonte de la vida. Compartimos el mismo camino (topia) y el mismo medio para acercarnos al horizonte común que nos mueve para ir siempre adelante. 

 Lo fundamental en el camino que hacemos es vivir plena y abundantemente, pero nos ocupamos y nos pre-ocupamos por la competitividad y el éxito impuestos por un mundo empresarial y económico. Hemos dejado de ser felices por ser los primeros y los mejores frente a los demás; hemos dejado de ser hermanos y nos hemos convertido en individuos movidos por el egoísmo y la prepotencia.

Algunos de nuestros hermanos de camino, si así los consideramos, una gran mayoría deben exponer su vida a la letalidad del virus por que no cuentan con los medios para gozar del privilegio de llamado “aislamiento” social. Se encuentran frente dos realidades de muerte: a morir de hambre o que los mate el virus. Ellos no pueden aislarse porque no tienen los medios para la subsistencia, sometidos por la miseria y/o sometidos, ahora, por el virus. Son siempre los tenidos por últimos – empobrecidos y excluidos – los que más están sufriendo las consecuencias de la pandemia del covid19 y de la pandemia de la miseria.

Esta experiencia humana que estamos viviendo se convierte en llamada a la conversión personal y social para vivir una vida desde la misma riqueza de ella y así dejar la carrera individualista para ser el más importante y el mejor ante los demás. Es una invitación a no volver a vivir lo mismo que antes en una anormalidad naturalizada e incuestionable y tenida como lo único, para vivir una vida nueva y aportar en la construcción de una sociedad nueva. Se hace necesario un modelo social solidario en un mundo compasivo y misericordioso. Un ser humano nuevo y una sociedad humana nueva. 

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron…” Ap. 21, 1