Recordando las palabras del Señor: “Quien pierde su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”, importa en gran manera que procuren alegrarse en toda adversidad, en el hambre, en la sed, en la desnudez, en los trabajos, en las calumnias, en las persecuciones y en toda tribulación, hasta que puedan decir con el Apóstol: “Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.

El mismo Señor, que se identificó plenamente con los que sufren, nos invita a reconocerle como paciente en ellos y a prestarles una ayuda eficaz, dando incluso nuestra vida por nuestros hermanos.  Solidarios de los hombres que padecen enfermedad, dolor, injusticia y opresión, soportémoslo todo por ellos, para que también ellos consigan la salvación.