“Quien más y más me ha movido siempre es el contemplar a Jesucristo cómo va de una población a otra, predicando en todas partes; no solo en las poblaciones grandes, sino también en las aldeas; hasta a una sola mujer, como hizo a la Samaritana, aunque se hallaba cansado del camino, molestado de la sed, en una hora muy intempestiva tanto para él como para la mujer. Desde un principio me encantó el estilo de Jesucristo en su predicación. ¡Qué semejanzas! ¡Qué parábolas! Yo me propuse imitarle con comparaciones, símiles y estilo sencillo. ¡Qué persecuciones!… Fue puesto por signo de contradicción, fue perseguido en su doctrina, en sus obras y en su persona, hasta quitarle la vida a fuerza de denuestos y de tormentos e insultos, sufriendo la más bochornosa y dolorosa muerte que puede sufrirse sobre la tierra.
Procuraba imitar a Jesús, que a mí y a todos nos dice: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Y así contemplaba continuamente a Jesús en el pesebre, en el taller, en el Calvario. Meditaba sus palabras, sus sermones, sus acciones, su manera de comer, vestir y andar de una a otra población… Con este ejemplo me animaba y siempre me decía: ¿Cómo se portaba Jesús en casos como éste? Y procuraba imitarle, y así lo hacía con mucho gusto y alegría, pensando que imitaba a mi Padre, a mi Maestro y a mi Señor, y que con esto le daba gusto”
(Aut 221-222)