Era Antonio todavía muy niño cuando sintió vivos deseos de ser sacerdote y emprendió el estudio para prepararse a serlo. Por obedecer a su padre, lo suspendió por algunos años, hasta que, experimentando más fuerte el divino llamamiento, comenzó en el seminario de Vich la carrera eclesiástica. ¡Qué fidelidad la suya a la vocación divina, en superar toda clase de dificultades, ya cuando seminarista, ya cuando sacerdote! ¡Qué docilidad la suya a las inspiraciones de la gracia, al consejo de sus directores, a la voluntad de su Superior eclesiástico!
Por corresponder a ella, va a Roma, regresa a la Península, emprende las misiones, va a los pueblos que se le señalan, acepta el arzobispado y después el cargo de confesor real. Su espíritu estaba siempre presto a escuchar la voz de Dios en cualquiera de sus manifestaciones; su voluntad, resuelta a seguir la divina voluntad hasta el heroísmo y la muerte. Así realizó los designios de Dios, designios providenciales para España y para la Iglesia. Así fue un hombre según el corazón de Dios